Nadie tenía una respuesta capaz de calmar la curiosidad de Fito. ¿Por qué? Sencillamente porque ninguno lo sabía.
Pero, pese a todas las miradas de asombro de los adultos, Fito no dejaba de sonreír y les decía:
“No estén tristes por mí por no poder responder a mi pregunta. Esta vez esperaré despierto a mi amigo, el Ratón Pérez, y él mismo me dirá lo que quiero saber:
¿Qué hace el Ratón Pérez
con los dientecitos
de todos los niños del mundo?”
“No me apresuraré. Ya se caerá solito” – se decía.
Nada, pero nada, lograba apagar la tan bonita sonrisa de Fito.
Era admirable la constancia del niño. Mañana, tarde y noche cepillaba todos sus dientecitos nuevos para que estuvieran brillantes.
Su boca era como un cofrecito repleto de perlas.
Ponía mucho esmero también en el cuidado de su dientecito flojo ya que sería un regalo muy especial para un amigo especial como lo era el ratoncito.
Cuando la gente preguntaba a Fito cuál era su paseo preferido, él les decía:
“Ir a visitar dos veces por mes a mi amigo Alexis, mi odontólogo.
Él controla que mis dientecitos estén sanos. Porque una sola vez me dolió mucho una muelita por comer dulces… y no me gustó. Ahora como menos dulces y más frutas.”
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