Cómo nació el eco - Te lo cuenta Stella Maris Taboro

Una onda sorpresiva.


El mar se abrió en una boca enorme, un millón de filamentos brillantes salpicaron y cien truenos humeantes anunciaron que el coloso resurgió de su tumba de aguas saladas.
Su cuerpo pegoteado con corales desafiando todos los oráculos volvió a la superficie.
Su fiera mirada endurecida por los fríos estaba dispuesto a enfrentar a ese monstruo que dormía bajo la tierra y que lo había hecho tambalear . Su lengua torpe jadeaba, mientras se deslizaba con dificultad.
Lejos en las ciudades, la piel fría de sus chimeneas se hundía en el cielo.
Las hierbas perdían su color y sangraban las flores al paso del gigante. Ya no estaba atrapado en el agua pero no se podía abstraerse de las ráfagas desplegadas por el viento, ni de las grandes olas devorando gaviotas, ni del torbellino que martillaban los barcos.
Había estado casi muerto, había pasado mucho tiempo.
Ahora veía que el mundo era muy distinto, no existían letras en el papiro, ni los dioses viviendo en el Olimpo, ni siquiera la escritura cuneiforme...
El gigante llegó hasta la montaña cercana a la costa y se refugió en lo que creyó una caverna . Allí, había monjes orando que no notaron su presencia.
El grupo de monjes parecía un cúmulo de tulipanes negros inclinados por el viento y convocados alrededor de un fuego que iluminaba tenuemente.
¡El gigante nada entendía! La llama dibujaba sombras movedizas que se enquistaban en la rocosa y cobriza pared dibujando jaguares hambrientos.
De pronto las oraciones y salmos entonados crearon una atmósfera de violines, una música que no había conocido en los abismos del mar. El coloso sintió un torbellino de enigmas, mientras los cánticos sonaban como suspiros azulados.
Finalmente un sueño profundo lo envolvió en ese ritual sagrado.
Cuando los monjes quisieron retirarse hacia su ermita,vieron al coloso tendido y relajado. No temieron, pero quisieron transformarlo en algo que viviera eternamente. En un ser eterno, como los días y las noches, como las nubes y el viento, como el rocío y las lluvias, pero que tenga una presencia invisible y sonora. Una presencia que sorprenda e invite a provocarlo una y otra vez más.
Allí, entre las montañas y los abismos, allí viviría por siempre.
Una onda ondulada, una onda sonora y escondida.
Así nació el eco ...
 
Stella Maris Taboro

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