Los días seguían pasando, y toda la ciudad estaba pendiente de la caída del dientecito de Fito.
Era una verdadera fiesta en la ciudad cuando Fito salía a la calle y se escuchaban sus gritos de júbilo diciendo a viva voz:
“¡Mamá, Papá, abuelitos, vecinos, cartero, panadero, almacenero,…! ¡Se me cayó otro dientecito! ¡La lá, la lá, la lá!”
¡Jamás nadie había visto algo igual!
Llegó el gran día. Como ésos que ya habían vivido antes. El dientecito flojo de Fito, cayó.
¡La fiesta llegaba nuevamente a la ciudad!
“A Fito se le cayó el dientecito” – decía cada uno a su vecino.
“¡Hoy podrás ver al Ratón Pérez, quien resolverá de una vez por todas esa gran duda que tienes! Acamparemos en tu jardín para compartir la alegría cuando te dé la respuesta tan soñada!”
Eso le decían, aunque en realidad nadie creía que justamente al gran Ratón Pérez, que nos visita a todos cuando somos niños y al cual nunca vimos, tuviera Fito el privilegio de conocerlo personalmente.
Por más que el sueño lo vencía, el niño procuraba no dormirse. Sus ojos, cada vez más pequeñitos, trataban de cerrarse. Se abría uno, se cerraba el otro, hasta que ¡pum!... ¡se quedó dormido!
No hay comentarios:
Publicar un comentario