07 Atravesando el Arco Iris

El tic-tac del reloj y el palpitar agitado del corazón de Fito eran una misma sinfonía en la oscuridad de su dormitorio, solamente iluminado por la luz de una inmensa Luna entrando por la ventana.


Fito se movía de aquí para allá en su cama. Estaba impaciente por la llegada del nuevo día que venía asomándose. Hasta que un sol radiante lo despertó.

De repente, dio un gran salto desde su cama. Apresuradamente cepilló sus dientes y se vistió. Tomó la nota en papel de queso que le dejó su amigo ratón y siguió las indicaciones tal cual decía esa hermosa letra ratonesca.

Temía olvidar algo, así que leyó la nota nuevamente y se dijo:

“Ya está. Sólo falta que salga el arco iris.”

Pero todavía no eran las 12 horas en punto, como indicaba la nota. De repente:

“¡Ahí está! ¡Ahí está!” – comenzó a gritar Fito. Un brillante y majestuoso arco iris con forma de cuevita de ratón con los siete colores más brillantes de este mundo estaba ante los ojos asombrados de Fito.

“Pérez me dijo que lo mire. Así lo haré.”

Cada vez más abría sus ojos porque temía que, como era él tan chiquito, el arco iris no lo viese. Pero no fue así. Mágicamente Fito, montado en la almohada que tenía firmemente agarrada con una mano en cada una de sus “orejas”, comenzó a volar por un camino de luces de siete colores diferentes que llegaba desde el arco iris hasta él.

Así llega al mismo centro del arco iris y, atravesándolo mágicamente, aparece en otra dimensión en la que lo primero que vio fue un cartel brillante con luces titilantes en el que podía leerse:

“Bienvenido a Dientileche,
el País de los Niños”.

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