12 El Ratón Pérez revela un misterio

-“Mi querido amiguito. Eso que ves es la magia que le colocamos aquí a cada niño. La luz viene del luminoso infinito, mezclada con los rayitos del sol y de tantas otras estrellas que parecen titilar.”


Fito lo escuchaba con toda su atención y mirando hacia arriba pues ahora sabía cuál era una de las fuentes de donde provenían las maravillas del lugar.

-“Como ves, los niños son felices aquí. Corren, juegan, disfrutan. En el País de Dientileche no existen enfermedades, dolor, tristeza, hambre, pobreza ni niños desaparecidos como ya hay demasiados en tu planeta Tierra.”

-“¿Por eso ahora los Manu y otros nenes que no podían jugar felices, lo hacen aquí?” – acotó Fito al tiempo que guiñaba un ojo al Ratón con aire de complicidad haciéndose ver como un niño más grande que había comprendido todo ese secreto.

-“Así es, mi pequeño dientileche.” – asintió Pérez comenzando a caminar lentamente hacia otro sector del Parque seguido de cerca por su preguntón compañero, curioso como todo niño.

Llegaron juntos a la Rueda de la Vuelta al Mundo. Era enorme y rarísima. No había caños de hierro como en otras que había conocido por fotografías sino que aquí eran hilos dentales trenzados y parecían muy fuertes. Los asientos estaban hechos con forma de dientecitos y muelitas blancos y brillantes. Esas barras que tenían para sujetarse eran tubos rellenos con pasta dental de diferentes gustos. Y los rayos que hacían girar la Rueda eran largos cepillos dentales de colores muy diversos.

Al momento de subir a ella, queriendo compartir su emoción, Fito comenzó a dar gritos llamando a sus amiguitos.

-“¡Suban! ¡Suban, chicos!” - Y luego, dándose vuelta hacia el Ratón, lo abrazó con afecto y agradecimiento. –“¡Ay, Pérez! ¡Qué feliz estoy! ¡Y no sólo por mí sino también por mis amiguitos!”. Ocuparon sus asientos y se colocaron el tubo de dentífrico cuya función ya conocemos. Pero el Ratón le señaló algo que colgaba a su lado. Era un hilo dental que actuaba como cinturón de seguridad porque nadie debía allí sufrir ningún accidente. Fito se lo ajustó como hacía siempre en el automóvil de la familia.

Paso a paso, de a dos por línea, todos los niños fueron subiendo a la Rueda, sentándose y asegurándose hasta que todos los lugares fueron ocupados. Pero el enorme juego no comenzaba a girar como esperaban. Fito recordó que en otros parques había que pagar boleto y esperó que alguien viniera a cobrarles. Pero, ¿quién?

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