13 El vendedor de boletos

La Rueda de la Vuelta al Mundo cargada de niños y con el Ratón Pérez también a bordo estaba muy quieta. Fito, en cambio, tan inquieto como sus amiguitos. Miró a su ratonesco compañero de asiento y le preguntó: -“¿Cómo haremos para pagar el boleto para que la rueda comience a girar?”


El Ratón le sonrió mientras decía, al tiempo que se liberaba de sus elementos de seguridad y se ponía de pie: -“En primer lugar, tú y todos los otros pasajeros deberán sonreír para que yo pueda ver las hermosas ventanitas que quedaron cuando su dientecito cayó. Ese dientecito que ahora forma parte del País de Dientileche.” – Golpeando sus manos dijo a través de un aparato que lo intercomunicaba con todos los asientos: - “¡A ver, niños! ¡Muéstrenme la ventanita en su boca! ¡A la una, a las dos y… a las… tres!”

Y todos juntos le brindaron su mejor sonrisa. Luego Pérez volvió a sentarse y asegurarse mientras Fito lo miraba para tratar de descubrir qué era lo que aún faltaba para comenzar la Rueda a girar. Si el Ratón había dicho antes “en primer lugar” era porque habría algo “en segundo lugar”.

-“¡Alto, alto” – se escuchó a lo lejos. –“¡No me han pagado la vuelta para la Rueda!”

Todos los niños miraron asombrados hacia el lugar desde donde provenía la voz. Vieron que venía acercándose un viejecito, con bastón en mano, caminando lentamente. ¿Quién sería?

Cuando estuvo cerca, pudieron notar que traía anteojos y su cabeza tenía forma de gran muela cariada en su lado derecho. ¿Por qué necesitaba un bastón si aquí no existía ninguna enfermedad? ¿Y por qué su cabeza no era una muela blanca y brillante como una perla?

-“¡Niños! ¡Paguen!” – dijo el Ratón por el intercomunicador. Todos se miraron asombrados pues ninguno tenía ni una moneda. Entonces, asumiendo la representación del grupo, Fito dijo: -“Querido Ratón Pérez. Con toda nuestra tristeza te debemos informar que nos bajaremos de la Rueda ya que ninguno de nosotros ha traído dinero.”

-“¿Qué” – les aclaró Pérez riéndose mucho, mucho mientras se tomaba la panza con una mano y el sombrero con la otra. –“Les dejé escrito en mi nota en papel de queso dejada bajo su almohada que al venir no olvidaran su cajita mágica de porcelana blanca con forma de dientecito porque iba a serles muy útil en el País de Dientileche.”

-“¡Síiii!” – gritaron todos los niños al unísono a través del micrófono junto a su asiento.

-“Bueno” – les respondió el Ratón. – “Todos deben haber curioseado y entonces ya saben que la cajita está llena de sonrisas felices, titilantes cual lucecitas de navidad y capaces de volar. Ahora sabrán para qué sirven esas sonrisas en el País de Dientileche.”

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